30 de agosto de 2009

frases que daban envidia (uno)


El Jabato no daba envidia más que en las dos primeras páginas. Eso sí, ahí daba mucha. Aparecía a lomos de un caballo blanco inmaculado, sus dos fieles drugos ocupando sendos equinos dolorosamente grises, mientras atravesaban entre alegres bromas un vergel en un punto del cual, a mitad de la página uno, decidían pararse a acampar. El fantabuloso arroyuelo cristalino en que bebían y se bañaban espelotaos era la primera punzada. Las bayas de colorines que crecían por doquier y les servían de merendola, la segunda. La hoguerita que uno de los dos tiarrones útiles tenía el encargo de hacer mientras el otro se iba a dar una vuelta con un arco fetén recién fabricado, la tercera. Y el venado que se asaba en la hoguerita en lo que ellos recordaban sus últimos hits de la aventura, la quinta. 

Porque la cuarta y más intensa no era sino el momento en que llegaba el del arco con la manducatoria al hombro y decía la frase. Decía: “parece que aquí abunda la caza…” y esa sentencia, de aparente simpleza, venía a ser para mí el compendio de todo lo fenomenal y todo lo feliz. La envidia era casi insoportable. Pero había, por suerte, otra frase-bala aguardando su momento en la página tres, para aniquilar toda armonía y permitirme leer sin enfermar: “... sin embargo, nuestros amigos ignoran que están siendo observados...”. ¡A joderse, Jabato!


17 de agosto de 2009

el vicio de la profundidad

 
Hay dos ansias muy malas, por desviadas del buen juicio y de la naturaleza de las cosas: la de los políticos por hacer crecer su poblacho, villa o urbe, venga o no al caso ese crecimiento; y la de los críticos por encontrar profundidad en las obras que les gustan. Aclaremos cuanto antes que, por lo que a este blog respecta, profundos pueden ser solamente una inmersión, una cuchillada y el sufrir infligido por una fémina cruel, que viene siendo otra cuchillada, pero king size.

A una novela como, un poner, Dos años de vacaciones, siempre habrá quien le reproche cosas como que los personajes son planos, que carecen de matices. Que dónde está la profundidad. A esos libros se les pide, entonces, no que sean mejores de lo que son, sino que sean lo que no son. Resulta bobo, convenimos todos, pedirle a Kafka que invente un Nautilus para tenerle por gran escritor. Pero luego se le exije profundidad psicológica a Julio Verne. Y a Maradona que abandone la farlopa. Todo lo cual me indigna. Veamos.

En la historia de las letras y los palotes, al gabacho citado se le sitúa como escritor de obras para jóvenes, con grande condescendencia y separándolo, a efectos profilácticos, de las novelas grandes y adultas, de las que matizan siempre el color concreto de cada atardecer y de cada rubor. Porque a Julio no le daba el tiempo ni la gana para bucear en la psique de sus retoños. Bastante fue que parió al capitán Nemo con sangre india, pasado martirizante y teclado organístico en el camarote. Entonces, como a Julio le falta jondura y le falta matiz y, lo peor de todo, sus personajes son esquemáticos, pues fuera del olimpo librístico. Ni Nautilus, ni hostias, Jules.

Al cómic, ese material juvenil le es propio desde sus inicios, de resultas de lo cual fue siempre forraje de críos y de gente simple e inadaptada, hasta que en una de estas se puso en viñetas La Angustia. Así en mayúsculas. El cómic pasó a llamarse novela gráfica, para adultos (sí, ya lo habíamos dicho) con inquietudes, y adquirió el vicio de hablar del dolor, como si fuera lo más interesante del mundo y como si no lo hubiese hecho antes. Y venga dolor. Y venga amargura. Se llenó el cómic de gente diciendo sobre esas cosas obviedades y lugares comunes, vomitados todos en compañía de dibujos de aficionado. Con lo que la profundidad, vamos a decirlo para que quede bien claro, no era tal, pues ni el dolor ni ningún otro tema son profundos per se.

Sin embargo, cuando echamos la vista sobre la cinefilia tenemos ahí, en cualquiera de las listas canónicas y certificadas, cosas como Robin Hood, de Michael Curtiz. Pueril, idiota, irritante de puro piruletas los buenos. Pero, ah, obra maestra del cine. ¿Y esos westerns en que el prota iba y baleaba a los malosos sin pestañear? Ah, obras maestras del cine. No del cine juvenil. Bien por los críticos audaces. Lástima que siempre acaben por dar con intenciones recónditas, sutilísimas metáforas y simas del alma donde, en apariencia, había cabalgadas, saloons, ranchos y hostias como panes. Que ya era un nobilísimo contenido fílmico. Pero claro. La profundidad.

Entonces tenemos que las novelas de aventuras son una simpática categoría literaria para lectores en formación, que habrán de abandonarla cuanto antes (al tiempo que cualquier tipo de cómic no angustioso) para leer de verdad, igual que se abandona el flotador para nadar de verdad. Y tenemos también, y no obstante, que el cine de aventuras se aúpa a gloriosa manifestación del séptimo arte, para cinéfilos de raza unánimes en sus redichos panegíricos, porque todo adulto que haya alcanzado rectamente tal condición, no ha aniquilado, antes bien contiene y cobija, al niño que un día fue.

Tenemos, en conclusión, que Robin Hood, la película, son aventuras por la cara. La isla misteriosa, la novela, igual. Vuelo 714 para Sidney, el cómic tintinoso, aventuras por la cara. Lo mismo da que el ejemplo comiquero sea, quizá, de mayor altura y calidad que el novelístico, y con toda seguridad, muy superior al cinematográfico. Porque ya la gente de la Cultura nos aclara: el Tintín, no profundo, para los niños; la isla, no profunda, para echar el bigotillo; y el Robin, ese sipi, clásico imperecedero, de frescura inmarcesible, pináculo del cine artesanal,  sueño hecho celuloide. ¿Para infantes? Quiá...     

8 de agosto de 2009

john scofield: la continuación


Así que John Scofield es (quizá con otros doce, quizá no) el mejor guitarrista del mundo. Este blog está para decir lo que otros callan.

Ahora, eso sí: es el mejor cuando le da la gana. Porque cuando no, da conciertos como uno en Pontevedra, hace pocos años, en cuya primera fila trabajosamente ganada estaba este superfan, con el cd de Time on my hands para su firmaje por la star. Pero este superfan se enfadó tanto durante la actuación que terminó por renunciar, despechado, al autógrafo.

¿Por qué me enfadé tanto? ¿No lo sabes, John? Bien. Pues no voy a esperar a que te lo diga un crítico. Este blog es también lo que tiene. Que ya te lo digo yo.

Porque a veces, John, como esa vez en mi ciudad natal, John, te dedicas a escribir el Finnegans wake sonoro con tu guitar. Aporto fragmento ilustrativo by Jimmy Joyce:

“What clashes here of wills gen wonts, oystrygods gaggin fishygods! Brékkek Kékkek Kékkek Kékkek! Kóax Kóax Kóax! Ualu Ualu Ualu! Quaouauh! Where the Baddelaries partisans are still out to mathmaster Malachus Micgranes and the Verdons catapelting the camibalistics out of the Whoyteboyce of Hoodie Head. Assiegates and boomeringstroms.”

Cosa así vienes a sonar. Y uno, que te admira, que es superfan, no te entiende ese tocar, uno desconoce, ignora. ¡A uno le tira de un huevo, Finnegan!

Pero luego están las otras veces.

El pasado 23 de julio volvía Scofield al Pontejazz. Por desagraviarme, sí.

El caso: uno iba con sus reservas. Que si blues, que si gospel. El disco, más bien soso. Nada que ver aquel cuarteto con Lovano, Stewart e Irwin. Y luego, empezado el asunto, nuestro hombre que parecía muy ocupado pisando pedales de efectos y cosas. Pero estaba ese sonido y ese fraseo abracadabrante. Y el Scofield, que se empezaba a embalar.

Dijo, al parecer, Charlie Bird Parker, que lo que él intentaba al tocar era buscar las notas bonitas. Sco es como un brujo con un mapa de esas notas que en las guitarras de los demás no vienen. El tipo es capaz de tal musicalidad que incluso lo que hace con un riff trillado como el de Purple Haze resulta difícil de creer. Y luego están las introducciones a guitarra sola: Mjolnir directo al plexo solar; eso de Hank Williams, Angel of death, su prólogo guitarrero, casi consiguió que me meara en los pantalones de la emoción y el desconcierto. ¿Pero cómo, pero qué hace este motherfucker?

Hay quien en casos como este desea que el concierto no acabe nunca. Yo, a viceversa y llegado un momento, necesito que acabe. Porque no puedo más.

Desconozco profundamente por qué Scofield no es engreído, ni tiene pose, ni nada. Lo que puede hacer en un día bueno no está al alcance de Frisell, ni de Metheny (aquí un devoto), ni de Henderson, ni desde luego de Stern, Abercrombie, Martino y un etcétera tan largo como el gremio de guitar players.

Buscar en la Web foros en los que se dirime quien es el mejor hacha del mundo es una risión de frikismo, insultos de los gordos y declaraciones de amor a una pila de melenas de talento desigual. En este blog eso no se discute.

En este blog se declara dogma, fundamento, verdad, que John Scofield es el más grande guitarrista jamás parido por madre.

Cuando le da la gana.

3 de agosto de 2009

john scofield: la presentación


Pongamos que un malo enmascarado me noquea (a traición) y me secuestra. Uno recupera el conocimiento en un sórdido sótano, encadenado a un cacho de viga. Observa al malo plantado delante, con una cinta de casete y un loro philips de los años ochenta. El malo parece que quiere hablar:

Malo Enmascarado: tienes sesenta segundos para decirme quién es el mejor guitarrista del mundo. Transcurrido el antedicho minutaje accionaré esta casete que contiene Sabor de amor de Danza Invisible en estudio, en directo, y en versión inédita con coros a cargo de Carlos Goñi. Tú verás.

N (saliendo de su estupefacción):  no te pongas nervioso, enmascarado... tú sabes que me pides un imposible, un contradiós... bien es cierto que el Metheny, cuando no se deja ir, es melódicamente inigualable, pero qué decir de la pirotecnia de Stanley Jordan, amás de su deslumbrante musicalidad... ¿y pues esa elegancia de Robben Ford... ?

M.E. : el mejor

N (veinte segundos): ... y si el debate es sobre la cosa técnica, quién podría cabalmente silenciar a John McLaughlin, al Allan Holdsworth, al Frank Gambale... ¿y dónde se nos quedan las marcianadas de Jeff Beck... ? Enmascarado, por tu madre, por los clavos de Yísus, dejémoslo en una razonable lista de trece nombres... ¡me gustaría meter al gran Antonio Toledo!...

M.E.: el mejor

N (cinco segundos): ¡¡malo enmascarado, la música no se mide, no se debe, no se puede, no hay el mejor!! (un segundo) ¡no me aniquiles la sesera! (cero: “pom, pom-pom, chin, pom, ssabór-deá-mó...”)... ¡¡¡ JOHN SCOFIELD !!!

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