30 de agosto de 2010

delinquir en la interné


Primero se coge el Código penal, para saber. No sea que en vez de cometer un delito hagamos ná más que el gilipollas.
Esto es. Artículo 208: Es injuria la acción o expresión que lesiona la dignidad de otra persona, menoscabando su fama o atentando contra su propia estimación.

Luego se escoge alguien a quien injuriar. Como por ejemplo, y aunque con un par de años de retraso, bunbury. ¿Por qué? ¿Por qué ese hideputa de bunbury? (ya estoy delinquiendo, ¿veis?).
Porque al asombroso Pedro Casariego Córdoba no lo conocía ni sandiós y tuvo que venir, precisamente, ese fatuo, pelanas, tombolero, papahostias, a ponerlo en la palestra y el candelabro. Para contaminar su nombre por asociación. Porque el genio será, ya siempre, “aquel al que plagió el bunbury”.

Uno no puede poner las manoplas sobre Las hilanderas porque, seguro, le serán automáticamente seccionadas por un ingenio electrónico con todo derecho y toda bendición papal de su parte. Y en realidad, al cuadro tampoco le pasaría nada. Es la acumulación de manoseos, que lo puede dañar, pero me harían pagar a mí solo, y con la excusa de mi torpeza, el hecho contrastado de que las personas suelen tener manos y con ellas suelen tocar las cosas. Todo eso, dicen, en defensa de la belleza. En ese velazqueño caso, la que acreditan los libros, los certificados, los peritos. La belleza administrativa.

Palabras, aunque no sólo, es lo que produjo Pe Cas Cor. Una belleza muy otra. Tan otra como sea posible. No tiene de su parte a los presidentes y las burocracias del mundo, pero tampoco necesita de sus remedios hechos de cañones, artículos bis y alambradas más o menos metafóricas. Necesita, en cambio, de ese amparo que sólo quienes quieren pueden dar a lo querido. Y yo, que quiero las palabras de Pe Cas Cor, me siento llamado a la acción. Quiero mantenerlas tan alejadas de un vertedero, como de un subsecretario, como de bunbury. Nadie se engañe respecto a la aparente invulnerabilidad palabrística. Una vez haya atravesado una coplilla del maño, su falsísimo vocalizar, ninguna frase volverá a ser la misma. Porque ya conoce el horror del mundo y de los hombres, y vendrá hacia nosotros con ese miedo que, hasta hoy, sólo a los perros maltratados les conocíamos.

Sólo a los perros, bunbury. Triple idiota.


Yo pongo aquí algunas, asustadas como están, pasmosas, en todo caso, para que las lean personas inteligentes y sensibles a las que Aleixandre les dé risa y Rimbaud se la sople bien soplada. Para que est
as personas las hagan suyas y, si eso, las acaricien tal como dice el manual del cariño que se ha de acariciar una frase. Igual que a un perro triste.
 

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