29 de octubre de 2011

nosotros los churumbel


No viene muchísimo al caso explicar aquí cómo es que, en mi primera y muy pánfila adolescencia, me ví en cierta ocasión sometido a un largo paseo con un adulto del opus, pleno de buenas intenciones, el adulto, no el opus. El adulto, pues, un poco titubeante, su brazo sobre mis hombros, me fue preguntando, preguntando, preguntando, hasta llegar, sube que sube, a las puertas del temazo. Entonces cogió la cadena y se dispuso a hacer sonar la campana:

Y tú..., y tú...., ¿y tú te masturbas...?

Tuve suerte de ser tonto. Aunque tocaba la zambomba como todo hijo de vecino, el término técnico, tan chungo, tan eclesiástico, había hasta ese momento permanecido en el misterio para mí. Así que contesté abiertamente, sin más ni más:

¿Y eso qué es?

El adulto pleno de buenas intenciones se azoró, se turbó y respiró hondo, porque no hay como un idiota para meterte en aprietos y ese idiota era yo, sin querer y sin saber, como todos. Él probó una voz, probó otra, se alisó el chaleco, bajó la mirada, galleó un poco y finalmente se aprestó al redoble de tambor:

Tú... tú... ¿ tú te tocas los huevos?

Que si me tocaba los huevos. Pensé un poco si me los tocaba o no me los tocaba, el adulto sudando la gota gorda. Le dije que no. Básicamente no me tocaba los huevos, no. Pero al tiempo de decirlo anotaba mentalmente: tocarse los huevos esta noche sin falta.

El adulto pleno de buenas intenciones fue responsable de yo pasarme algunas horas sobeteando, estirando, apretando y frotando albondiguillas, a ver si pasaba algo o si qué, hasta que me di cuenta de que me había sido suministrada información errónea. Inofensiva, pero errónea.

Años después, por eso de intentar disculpar aquella descripción tan excéntrica, pensé que, a lo mejor, la gente de la secta había interiorizado las enseñanzas de su nauseabundo fundador acerca del trabajo hasta el punto de llegar a demonizar la vagancia. Y entonces, seguí pensando, quizá lo que aquel remoto día se me preguntó, tras fallar el primer intento, sobre sacudir las bolingas, no era literal sino metafórico, y venía sólamente a calibrar mi holgazanería natural, porque con pereza no se llega a magistrado ni a ministro de nada, que es lo mínimo que la hermandad reclama de sus élites.

Esta deslumbrante introducción autobiográfica me vino sin querer, por esas cañerías de la memoria, al escribir la frase tocarse los huevos. No he podido hacer nada. La intención era hablar aquí de la familia Churumbel, cuyo autor, Manuel Vázquez, fue legendario moroso, caradura y gandulazo máximo. Y de ahí lo de la frase.

El patriarca Churumbel, Manué, salía del chabolo cada mañana diciendo: vamoavé qué podemo afaná, cuatro palabras que hoy le habrían valido otras tantas querellas criminales al Vázquez. Porque es que eran gitanos, los Churumbel. Y todos afanaban lo que podían: serdos, gayinas, farolas o portaaviones, asegún se diera el día; la única excepción era el hijo mayor de la familia, que siempre se conseguía trabajos honrados para oprobio y vergüensa de su progenitor. Y es por todo esto que los Churumbel molan mucho más que Anacleto y también más que la familia Cebolleta, que son los que al final dieron fama a su autor. Que ya se sabe, la fama.

Nosotros, siguiendo esa moda tan rara que consiste en declarar, al día siguiente de que echen a la calle a Menéndez por dormir en horas de trabajo, Todos somos Menéndez; que consiste en manifestar, no bien Olegario pierde ambos pies por jugar con la motosierra, Todos somos Olegario, pues siguiendo esa costumbre tan reciente y peculiar, digo, aquí en el blogue podríamos vociferar Todos somos Manué. Porque al fin y al cabo no era justo que tuviera que vivir en una chabola. Ni que la policeta le fuera detrás por pertenecer a una etnia minoritaria. Ni que lo enchironaran por ná más sustraer unos pocos animaliyos. Todos somos Manué, incluso, porque en realidad llevamos un gitano dentro y en esa frase van muchos de nuestros deseos más íntimos, como tener un güerto, llevar sombrero, fumar puros, y afaná.

De niño yo quería ser ladrón de guante blanco para pintarme de negro la cara y entrar en las mansiones por el tejado.

Pero ahora sólo quiero afaná.

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