14 de septiembre de 2010

pastorius


Hubo una vez que mi brother T y yo compartíamos piso estudioso. De vez en cuando agarrábamos dos guitarras que teníamos básicamente para impresionar al personal según entraba por la puerta, y comprobábamos que seguían sonando. Así atrajimos a un vecino que, tras poner la oreja a nuestro evolucionar por el mástil, se nos presentó en el flat para anun
ciar que él tenía un bajo. Que lo iba a traer para unirse al ruído de nuestras hachas.

Y lo hizo.


Desde aquel día intentamos evitar por todos los medios su compañía musical. Sólo la musical, porque era un tipo majo. Pero fue imposible burlarlo. Primero trajo su bajo. Luego, su bajo y cervezas. Luego, su bajo y cervezas y unos amigos. Y luego se acabó el curso.

Le llamábamos Pastorius. Y toda esta batalla no venía realmente al caso porque aquí se iba a hablar del verdadero, no del nuestro. Pero es que le cogimos cariño, al nuestro.

El verdadero. Pocos músicos habrán nacido como este para embrujar al prójimo. Su nombre
, Jaco Pastorius, ya es hipnótico. Su estampa en foto, litografía u holograma, hipnótica. También en vídeo, donde se le nota muy consciente de su poder mesmérico, al Jaco. Parece ser que Metheny, al poco de toparse a este jesucristo de las cuatro cuerdas, casi imberbes ambos, ya contaba que había conocido a un bajista que era mucho mejor con su instrumento que nadie con el suyo. Y lo peor, añadía el gran Pat, es que él lo sabe.

Nos lo creemos. Más que nada por su famosa autopresentación a Joe Zawinul: me llamo JP y soy el mejor bajista del mundo. Aunque sobre el sonido del gachó ya es difícil decir. Uno no conoce bien la historia del electric bass anterior al arribo de Joh
n Francis Pastorius, y la de después está marcada por su enorme huella de yeti. Pero sí confesaré algunas cosas percibidas como experto escuchador:

Que cuando oigo Bright size life, grabación memorable del jovencito Metheny junto a nuestro bassman y Bob Moses, a quien oigo es a Jaco. Que cuando me encuentro en el youtube con una pieza tocada por Scofield y Pastorius, a quien miro es a Jaco. Que cuando presto la oreja al Hejira de la Joni Mitchell, a quien atiendo es a Jaco, que teje y desteje por ahí detrás.
Hipnótico también, su sonar.

Pobre John Francis, maníaco-depresivo de los de verdad. Sólo le faltó hipnotizar al gorila de garito que lo apalizó, dicen la leyenda y el parte médico, hasta hundirlo en el coma del que ya no despertaría. Para cuando lo conocí ya estaba difunto y ya era inmortal.


¿Tuvo Lolita
una predecesora? Por supuesto que la tuvo. Como Humbert Humbert, pero al revés, nos preguntamos: ¿Tuvo el magnético Jaco un heredero? Por supuesto que los tuvo, que los tiene. Pero siempre varios. Para echarse encima la herencia hendrixiana hicieron falta las espaldas de un millar de dotados e intensos músicos. Y ni así. A Jaco no vamos a confrontarle con el de Seattle porque es una comparación injusta para cualquiera. Pero si no levantó, como Jimi, las pirámides de la guitarra eléctrica él solito, sí se le deben al menos un par de catedrales góticas de su instrumento.

Richard Bona es uno de sus retoños. Talento del que asusta. En este bloj no se verá un enlace, link o ligazón hacia ningún sitio web, porque a la dirección no le da la gana y los demás no pintamos nada. Pero si se pusieran, quizá ahora mismo enviásemos al lector hasta youtube, Bona y McFerrin, cada uno en una silla. No por lo que hace, precisamente ahí, con el bajo, el virtuosísimo africano. Sino porque en este blogue somos muy sensibles a ciertas cosas, a la prevaricación urbanística lo que más; pero inmediatamente después, a la música de verdad. Y esos dos, como por casualidad, sola
mente sentándose a tocar y cantar y reírse, se nos han colado por los ojos y los oídos. Y nos han aterrizado allá adentro, en las mismas tripas.

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