14 de febrero de 2010

la música revelada


Cuarenta días tuvo que pasar Moisés en lo alto del monte antes de bajar con lo que Dios le había escrito de su puño y letra. Pero resultó que Dios le salía con cosas como no robarás.


Puestos a revelar, no esperábamos de la divinidad algo tan obvio para el común de los mortales. Vamos a ver, Moisés: no robarás. ¿Es una broma?

Una revelación no debería ser como un abuelo deletreando despacito un trabalenguas al nieto. Sería más bien como un sueco hablándonos en sueco, o como un chinés pronunciándonos sus cosas y poniendo cara de está clarísimo. Lo revelado ha ser una obviedad para Dios, no para nosotros, que jamás aprenderemos sueco, que sabemos que el chino lo hablan los chinorris y que Dios habla su idioma incógnito. Nosotros, que sin embargo y de alguna forma entenderemos la frase y la reconoceremos como sublime. Porque si no, a ver dónde está, ese revelar.

No parece casualidad que los antiguos creyeran que de los astros moviéndose, de sus órbitas y geometrías y así, brotaba música. Y este, me perdonarán los lectores, los tres, la cursilería, es un mito maravilloso. Pues la música se podría parecer al idioma divino, de haberlo, más que ninguna otra cosa a nuestro alcance. Y esto no es una boutade de esas propias de un blogger que quiere dar la nota, no. Aquí somos serios. Tenemos pruebas.

Música, haber, hay mucha, con tanto golfo en un garaje, con tanto gordito con teclado, con tanto negro y tanto ruso, y tanta fractura de cuore, la mía mismo, como se da en este mundo. El asunto no es distinguir la buena de la mala, ni la culta de la llana. Eso son gansadas. El asunto es reconocer el susurro divino entre todo el barullazo que es la humanidad toca que toca, y canta que canta. Que existe, el susurro, pero en cantidad ínfima.

Aquí el ejemplo: cuando alguien escucha el conocido Arabesco nº 1 de Debussy en una versión de las serenas y sinuosas, tiene la intuición de que al gabacho esa pieza le vino dada enterita. De donde sea, pero le vino. Uno no lo concibe pensando, corrigiendo, suprimiendo. De ningún modo. Claude no se sudó esa tonada porque esa tonada no es sudable. Simplemente la descubrió, como se descubre el polonio, y así es su nombre el que figura junto a semejante meteorito musical.

Pero al menos, ya sabemos, está este blog. Para dar y quitar, sobre todo quitar, méritos. Conocemos el hecho, conocemos el origen sobrenatural de la cosa porque tenemos orejas. Pero nos gustaría saber más, saber a qué coño acaeció esta pieza, en 1888. E investigamos: ese año, una gran ventisca azotó partes de Nueva York. Ese año Van Gogh cortó parte de su pabellón auricular. Ese año Jack el Destripador dividió en partes a cinco chicas. Ese año Nietzsche padeció parte de su sífilis. Ese año Isaac Peral inventó el submarino, con sus partes. Y aún más cosas ocurrían, en 1888. A qué andaba Dios, no sabemos.

Pero ese fue el mundo que produjo el bisbiseo de la De mayúscula. No fuiste tú, Claude.

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