17 de abril de 2010

mj es una mierda y otros relatos


Cuando el Thriller salió yo tenía once o doce años, e intenté por todos los medios que mis hermanos mayores, que manejaban presupuestos cercanos a las mil pesetas ya entonces, lo compraran. Mi argumento frente a su poco entusiasmo era simple: hay que comprarlo porque es muy bueno. ¡Muy bueno!

En una de estas J, el mayor de mis hermanos, suponemos que cansado, me vino a dar a entender que ni de coña se iba a gastar el parné en la grabación de aquel negraca plasticoso. Con todo perdido, quise al menos hacerle reconocer algo importante: que el MJ era bueno. Mi hermano, presumimos que agotado, me espetó: “Nick, te lo voy a decir bien claro: MJ es UNA MIERDA. Beatles, Bob Dylan, música hecha hace veinte años que hoy sigue oyéndose. Eso es bueno”.

Me quedé estupefacto. Atónito. Y pensé que mi brother debía tener razón. Yo no quería ser engañado, no quería desear mierdas y mucho menos comprarlas. Así que el truco era aquel: si han pasado veinte años de una música, y nadie dice de ella que es mala, es que es buena. Era fácil. Cuakomekiki.

Luego aprendí que cuando en vez de veinte años pasan doscientos, es que es clásica. Y ahí empiezan los problemas. Nos preguntamos qué status habrá alcanzado en 2210 la obra de Wayne Shorter. Quizá, sí, el de música clásica, para lo que habrá de sufrir con anterioridad el proceso de expropiación inversa, consistente en rescatar las tonadas de las garras del populacho y entregarlas a la esclarecida élite que ha de custodiarlas en adelante. Porque bien sabido es que, tratándose de música, la que no es clásica, es que es popular.

La música popular, o sea, you know: Niño Ricardo, Big Bill Broonzy, Hermeto Pascoal, gitanos húngaros, tangos de malevos, gaitas en las Hébridas, Mari Trini, Ornette Coleman, la Rianxeira, los Ramones, Parchís, Grateful Dead, Mantovani, Gato Pérez.

Esas cosas.

Pero los problemas, decíamos. O el problema. Uno parecido a Molina Foix escandalizándose por la existencia de un premio nacional de cómic, eso de los dibujitos, y pretendiendo así, suponemos, proteger la honorable posición de la literatura en este mundo.

El gravísimo problema de que te defienda un idiota.

Y ese problema es el que a menudo ha tenido, tiene, la música clásica. Y ese problema es el que no queremos para las criaturas sonoras de Wayne. Preferimos que la banda de ignaros de conservatorio que sin empacho vienen hablando desde hace decenios de la música popular, preferimos, digo, que simplemente se callen al respecto, o bien que abiertamente cacareen su menosprecio. Cualquier cosa antes que un guiño amistoso a esas simpáticas músicas con una condescendencia tan estúpida como la que rebosan los dos siguientes ejemplos, basados ambos en declaraciones reales.

José Carreras: preguntado hace años sobre su grupo pop preferido, o así, no podía decir no me gusta, no oigo, paso de todo, no. Tenía que soltar una parida, que fue algo parecido a esto, y dicho con tono muy serio y voz de flautín: “mis preferidos son No me pises que llevo chanclas, porque es un grupo que habiéndose puesto ese nombre ya demuestra un gran talento...”.

Leo Brouwer: es este un ejemplo más sutil. Leo parece buen tipo, inteligente, además. Y le gustará, no lo dudamos, el rock. Pero cuántas cosas se le cuelan sin querer, desde ese colosal inconsciente de conservatorio. Dijo Leo, guitarrista, compositor, director, estudioso, en entrevista de hace unos años: “... el gran rock, que lo hay fabuloso...”

Espérate un momento, Brouwer: “el gran rock, que lo hay fabuloso...”. Dejemos aparte lo de gran, que ya está bien. O sea, que si yo dijera: “la música para piano, que la hay buena...”; si yo dijera: “los cubanos, que los hay honrados...”; si dijera, incluso: “las mujeres, que las hay listas...” ¿qué dirías tú, Leo, que estoy realmente pensando?

google analytics