25 de enero de 2010

la mansión del malo (tres)


Naturalmente que hay una piscina-estanque. Que la piscina-estanque es muy grande. Que aprovecha las caprichosas oquedades naturales de la ro
ca. Que su parte más alegre se introduce en la sala naranja. Que el agua está caliente. Que no hay cocodrilos en ella, sino una imponente estatua de Namor posada en algún lugar del fondo. Que no hay tiburones en ella, sino la entrada, en forma de monstruosas fauces, a una gruta.

Naturalmente que esa gruta se estrecha y lleva al dormitorio preferido de Miyako, quien lanza los dados parsimoniosamente cada vez que oye el sonar del agua. Un trío de reinas es la muerte para el buceador. El resto de jugadas, la mayor de sus fortunas. Al cuchillo de Miyako o a su cuerpo, lleva esa gruta arriesgadísima. El malo puede acceder por otras puertas a la estancia ninfática, pero suele preferir el danger subacuático y el supremo goce que le sigue. Por eso desprecia las amenazas de los presidentes del mundo y se carcajea de los asesinos a sueldo. Porque sabe que morirá a manos de su dulce asesina oriental.

En el semisótano se emplaza uno de los más ambiciosos y, según se mire, humanitarios proyectos del amo de la mansión y del mal: la cámara de los talentos hibernados. A ella deben ir a parar aquellos músicos empeñados, por el motivo que sea, en afear sus propias e innegables cualidades. Por ahora sólo hay dos: en estado de suspensión vital se encuentran Prince Roger Nelson y Keith Jarrett. Ambos están ahí para ser salvados de sí mismos, no por egoismo del malo, quien, antes al contrario, los reanima de vez en cuando y les invita a hacer su música libres de viciosos tics: ¡Prince -ordena el jefe-, un blues! ¡Prince, una seguiriya! ¡Prince, una mazurca! Y todo va fenomenal cuando llega el instante, impepinable, en que el enano engancha un ritmo funky apisonador que ya será incapaz de soltar hasta que, cerbatana mediante, se le duerme y vuelve a meter en la hibernadora por otro par de meses.

Con Jarrett las cosas son algo distintas. A Keith se trata solamente de dejarle tocar el piano, pero nunca sin su bozal reforzado, hecho a medida para impedir los trinos y gorjeos que han desesperado a varias generaciones compradoras de sus Standards vol. I y vol. II. Ocurre sin embargo que, necesitado como está de tener los miembros libres para tocar, la cosa funciona hasta que nuestro hombre, ya en quinta a fondo y endemoniado por sucesivos trabalenguas de semifusas, pierde el dominio de sus manoplas, que son furiosamente repelidas por las teclas y salen proyectadas hacia la mordaza para descuartizarla, con rabia furibunda, en cuestión de segundos. Y venga cerbatana.

Esos dos tarados agotan sobremanera al maloso, y cada nuevo experimento con ellos lo sume en profunda melancolía. Él tiene gusto, él es sensible, él estuvo enamorado, él es riquísimo, él es clarividente y juguetón. El mundo es idiota e injusto sin remedio. ¿Hay alternativa a la megavillanía?

11 de enero de 2010

la mansión del malo (dos)


La mansión es lo bastante grande para merecer ese nombre, pero ni un poco más.

Para adivinar su emplazamiento habría que saber que al amo le interesan tres cosas por encima de todo: el daño gratuíto, la repostería húngara y la piramidología. De la primera de las inclinaciones no parecen deducirse mayores datos geográficos; por lo tanto debiera el infame nido ubicarse en algún punto, que cualquiera es propicio para el mal, de la recta que une Budapest con El Cairo.

Nuestro complejo de la villanía está parcialmente cubierto por la espesura y lo recorren un número impar de pasadizos, la mitad de los cuales llevan a una laguna subterránea, de la que parte a su vez una leve corriente de agua que conduce a la falda de un acantilado en la costa, situada a un par de kilómetros. De una excrecencia al costado de la mansión brota una especie de torre-aguja desde cuya punta se dominan el bosque-selva y el mar.

El malo pasa sus ratos en una sala con moqueta naranja-sixties, una chimenea enorme, la ball-chair de Eero Aarnio y un maravilloso mapamundi artesanal, con chinchetitas indicadoras: aquí bomba (en rojo fogoso), aquí espía (en negro turbador). Porque nuestro malo es amante de la calidez de los colorines de la cartografía tradicional, y porque a este villano de amplio espíritu, que leyó a Pedro Salinas, le gusta de siempre ese verso que habla de el azul del océano en los mapas, que no encuentra acomodo en la monitorización de la geografía.

En la misma sala se encuentra el único ejemplar de pianóctel fiel a la descripción de Vian, Boris, en La espuma de los días: a cada nota corresponde un alcohol, un licor o un aroma; el pedal corresponde al huevo batido; la sordina, al hielo; para el agua de Seltz hace falta un trino en el registro agudo; y así todo. Hoy, al diabólico ocupante de la pieza le abruma la nostalgia. Abandona entonces el mullido diseño de Eero, se sienta ante las teclas e intenta un sentido There will never be another you, con cuyo jarabe espera ponerse a tono para amenazar a alguna organización supranacional.

Porque el malo no lo es de nacimiento, ni lo es por rencor ni por venganza. Fue el amor, el más pavoroso de los motivos, el que lo transformó en villano y en loco, como lo podría haber transformado en santo. Y todo son muletas, para la pasión no correspondida: una ninfa asiática despampanadora pasea de puntillas por la malosa morada. Su nombre es Miyako. Idolatra al malvado, si bien posee un punto peleón y desdeñoso que seduce intensamente a aquél, que también necesita sentir la victoria en las distancias cortas. En realidad, impresionar a Miyako es el objetivo real de todo cuanto ominoso misil dirige el malote.

La personalidad de la ninfa es una perfecta e imposible confusión de extremos, entre ellos las dos féminas que imaginaba Pe Cas Cor en la Oración vulgar del ladrillo y del filete de ternera (sí, este malo también ha leído a Pe Cas Cor. ¡Este es un malo del copón!). La oración, quede aquí dicho, sale de boca de un hombre arrodillado que observa cómo dan vueltas en el aire unos ladrillos y unos filetes. Y dice así: “Haz que estos ladrillos voladores se reúnan para formar un hogar. Haz que estos filetes empanados y volátiles se agrupen para componer una mujercita intachable o una mujerzuela incansable”.

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