25 de diciembre de 2014

la mejor frase del cine español


El cine español tiene también su corazoncito. Se da sus premios y se jalea y hace bien, porque entre la ciudadanía siempre ha tenido injusta fama de plúmbeo y sobre todo, de subvencionado, ese argumento estupendo y automático.

Pues, ved, aquí nos gusta el cine español. Una generalización sin mucho sentido, cierto, pero que viene a querer decir que, en atención a la estadística, es más probable que nos guste una película española elegida al azar que una sueca, letona, alemana, elegida al azar. Como no frecuentamos el cine letón, ni el bávaro, ni el sueco, esto, en realidad, es solo un hablar. Con un fundamento pillado por los pelos, tal como se suele largar del cine español. Así equilibramos la balanza de las tonterías.

Cuando se habla de cine, lo suyo es una actitud tanto más entregada cuanto más nos acercamos a los tiempos y lugares de David Wark Griffith, y tanto más quisquillosa cuanto más a esta semana, a este día, y a estas tierras. De las comedias, mismo, sabemos que se ha de venerar a Lubitsch y a Wilder porque sus películas eran redondas; mecanismos eficaces; relojes de precisión. Tan cierto como que los diálogos de Enrique Jardiel Poncela esperan sentados, en una cuneta de la historia, una mitología equiparable.

Sabemos, igualmente, que cualquier comedia moderna buena será necesariamente peor que las de los antiguos maestros. Los relojes de ahora, se ve, no son precisos; y si lo son les falta encanto; y si lo tienen les falta el mérito de los pioneros de la relojería. Esto último, claro,  no es alcanzable en tanto no se invente la máquina del tiempo y pueda correr Fresnadillo a medirse con Murnau con iguales pistolas.

Existe, queríamos decir, una película que las tiene todas para hacer asomar medias sonrisas cuando se la cita como magnífica: es comedia; moderna; española; acontece en el piso de unos gays; sale Alonso Caparrós; su título parece adjudicarle categoría palomitera. Cine sin pretensiones, pues. Víctor Erice asiente. Gutiérrez Aragón asiente.

Y sin embargo, Perdona bonita, pero Lucas me quería a mí es perfecta. Un artefacto carismático como bomba de anarquista y exacto como cuchillo de protones. Un ingenio construido por Dunia Ayaso y Félix Sabroso en el que Wilder, nos aseguran, no metió mano. Pleno de actores sembrados, diálogos sembrados, escenas sembradas, en una siembra que avanza, sin hacer círculos, hacia uno de los momentos por derecho memorables de la historia, decíamos, del cine español: la mejor frase nunca pronunciada en un film de entre Barbate y San Andrés de Teixido.

La actriz que la dice no es famosa, pero está esplendente; como Roberto Correcher, Esperanza Roy o Gracia Olayo. Ella, Lucina Gil, es una inspectora de policía que llega a la escena del crimen a desclavar cuchillos de cocina de un tal Lucas, junto a una estrafalaria ayudante que se llama Maricarmen. La poli va perdiendo los nervios entre tanto gay escurriendo el bulto y contando coartadas delirantes en torno al chulo difunto. Porque, en realidad, a la inspectora le están despotricando de su Lucas; de su Luqui Luqui Lu. Y va siendo empujada por la loca maquinaria colectiva hasta el borde de todos los ataques, donde su pánfila ayudante va y le espeta unas cuantas verdades incómodas. Entonces llega, estupefacta, temblorosa, la frase:

Pero bueno... ¿cómo te atreves, Maricarmen de mierda...?

Una cosa es un artículo y otra cosa es otra cosa. Hay que verse la peli para apreciar que este post no tiene nada de humorístico en lo que hace al grueso de su contenido. En ese momento, en esa trama, así dicha, no podemos hacer otra cosa que reconocer la frase como la más grande jamás articulada en la cinematografía hispana, justo remate en guinda colorada a una comedia canónica. Y habrá quien se esté riendo. Pues no te rías, copón.

Maldita sea. La hemos visto entera varias veces. Hemos hecho y rehecho a lo largo de una vida nuestra lista de películas top, y esta sobrevive a cada revisión. Sí, también Kubrick y Truffaut y Rossellini, que nadie se descoque. Y Gonzalo Suárez y Stanley Donen. Es una lista egregia porque es nuestra, y cuantos más años cumplimos más nuestra es y más egregia, porque se parece menos a las de las revistas y más a lo que nos gusta. El gusto, ese asunto aleatorio.

A lo mejor, a los ochenta y cinco, de vuelta de todo, venimos aquí a deciros que Perdona, bonita... es la mejor comedia de la historia. Estaos atentos.


Gracia Olayo

google analytics