25 de marzo de 2013

días de mierda hasta abril


Aquí no queremos juzgar a los meteoros, ni nada. Podemos, aquí, dar por buena la lluvia para el bebercio de las plantas, la higiene atmosférica y nuestra propia melancolía. Aquí podemos, incluso, ser comprensivos con el frío, que mata bacterias, contrae los cuerpos y cura las pupas.

Podemos hacer todo eso durante noventa y un días.

Pero un invierno de seis meses, pues no. Ya no podemos. La gente normal no está en este mundo para congelarse y pingar toda una mitad del año. La gente normal. Los noruegos nos la pelan, aquí.

Hace tiempo que vino una revolución a poner orden en los hombres y los calendarios. Aunque fuera francesa. Bautizó a los meses y les mandó cosas como un Génesis libre de teologías. Tú, pluvioso, lloverás. Tú, termidor, nos cocerás vivos. Para tí, nivoso, los copitos y los trineos. Los jacobinos aquellos resultaron ser más rigurosos en sus órdenes a la madre natura que en sus sugerencias a la ciudadanía. Pero al ventoso no se le puede guillotinar, y las borrascas están libres de miedos a Robespierre. Entonces pasó que, tocadas gratuitamente sus pelotas, los elementos se enfadaron.

La ocurrencia de los gabachos duró poco, por Napo, pero ya la lluvia y los aires estaban soliviantados y los agricultores, primero, y los domingueros, después, iban a verse jodidos por los siglos de los siglos, venteando en brumario, helando en floreal y lloviendo en fructidor y en Galicia mayormente.

Tenía nombre para cada jornada amanecida, el calendar aquel. De haber seguido operativo un par de centurias, habría yo nacido el día del rapónchigo, que suena, si cabe, mejor que Rapunzel. Y mi vida se habría visto magnetizada por ese cuento, el de Rapunzel, pues todos somos de algún modo una historia reconstruida con piel y huesos. Mejor la de Rapun, con su pelo larguísimo y su amante rampante. Mejor la de Rapun que nacer en noviembre y en un día numerado sin más ni más, que le deja a uno desprotegido frente a las cosas de los astros y las inercias del pasado. Porque si somos frágiles es por tantas fuerzas que se cruzan en un punto para darnos lugar. Y luego va nuestra vida y es como un equilibrio en esa telaraña que no hay manera.

Yo estas cosas no las pensaría en marzal, con otro cielo. Estaría ahora escribiendo un largo y cálido post sobre los overrated, que incluiría a Eric Clapton como guitarrista, a Madame Bovary como novelón, a Uma Thurman como musa. Pero permanezco bajo estas nubes color plomo, y llevo tiempo, y la oscuridad y lo húmedo nos disparan el bicherío interior a partir del tercer mes. Las conversaciones son bichas. Las clases de guitarra son bichas. Los infraleves. Los pensamientos sobre los demás son bichos. Nos despertamos por la mañana y nos miramos y somos bichísimos, Gregor.

Los amoríos tienen su peso en materia de suicidios. Quién lo duda. Pero luego está el barómetro como factor despreciado. Una cosa os digo, para que la sepáis en adelante: si alguien, alguna vez, tiene que romperme el corazón, que lo haga con la caló. Porfa.

Aguanté como pude este ciclo invernal estirado como un chicle, empeorándome como ser sensible y como máquina imperfecta; asustado de mis averías. Y confiaba en el equinoccio para volver a la condición de persona semiluminosa. Con el sol. Poco a poco. Ya estaba en las últimas, la tarde que subió M a mi casa y le pedí optimismo meteorológico. Pero ella venía de pelearse con los temporales; ella tenía un paraguas mojado aún en la mano; había leído el periódico aquella mañana. Y lo dijo. Con dulzura, pero lo dijo:

... dan días de mierda hasta abril...

 

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