27 de febrero de 2011

lo bello y lo simple


Aquí en el blogue siempre hemos querido evitar caer en el omi
noso vicio webero de la reseña: este disco es bueno, malo, este libro es lo más, lo menos. Se empieza así y se acaba poniendo estrellas, marcapáginas o gramófonos del uno al diez a todo lo que va cayendo dentro del güerto que circunda nuestro ser sensible.

Y no.

Luego está lo que decía el supremo chosco Jorge Luis, que venía a lamentar eso que llamaba “estilo de almacén”, consistente, entre otras cosas, en usar todo el rato calificativos tales como increíble, extraordinario, maravilloso, acojonante. Aquí, ya os habrá quedado claro, no es exactamente que no nos importe el estilo literario, sino más bien que desconocemos una definición siquiera rudimentaria del mismo, una que se entienda. Pero la verdad que el Borges viste de pedantería, sí nos importa.

Ya descubrimos la pólvora cuando dijimos, un día ciberespacial, que sólo la escasez da sentido a ciertas cosas, ciertas cosas que acaban siendo casi todas. Si nos pusiéramos a consignar y comentar en este sitio todo lo que es, a nuestro entender, el recopón, parecería que este mundo lo abarrotan los genios. Y nuestro juicio recoponero se convertiría en cosa rutinaria para quienes leen, que nos abandonarían por el Pitchfork o por una de esas páginas de enfermos que dan caña a tó cristo.

Entonces, queríamos hablar ahora de unos cómics, pero nos maniata la filosofía impuesta por la dirección, con la que a veces discrepamos, pero que, reconocemos, es la que convierte a este en un blogue de culto y minorías web. Así que nos queda ver qué dice al respecto el folleto titulado Sustrato ideológico del blog, que es un texto interesantísimo que nos fue entregado el día que llegamos:

Nada de hablar de (…) un cómic así sin más. Cojones (sic). Búsquese el redactor la vida como pueda para disfrazar sus ganas domingueras de recomendar cosas.

Bale. Me la busco.

No es que prefiera una clase de belleza a todas las demás. Es solamente que uno es persona de rachas, de períodos, de rodajitas de tiempo. Y en la presente rodajita vive una debilidad, de entre todas las bellezas, por esas que aparentan haber sido producidas como si nada. Causadas (así mismo: causadas) por alguien que podría haberte dicho: hoy hice la compra, una ensaladilla, un crucigrama, una canción, tres llamadas telefónicas y un dibujito. Siendo la canción una de Nosoträsh, de las buenas, y siendo el dibujito un Peter Petrake. Criaturas simples y relucientes y perfectas como un tomate o una calabaza. La música y los garabatos que daría un manzano, si por dar le diera.

Peter Petrake, nota informativa, fue publicado en la revista Trinca a principios de los setenta, y, nota informativa, fueron varios los lectores que entonces se quejaron tachándolo de infantil y tonto. Hasta de mal dibujado, se quejaron. No había Maus. A su autor, Miguel Calatayud, le dieron mucho más tarde los premios que debieron haberle dado entonces, por Petrake también, pero sobre todo por Los doce trabajos de Hércules.

Resulta tan emocionante, en tiempos de volúmenes comiqueros pesados como una novela, publicitados como una novela, dibujados como sólo un novelista podría, resulta tan emocionante, digo, abrir unas páginas hechas hace cuarenta años, llenas de viñetas con esos colores increíbles (que sí, Jorge Luis), lo bonito por lo bonito, la estética porque sí, los pájaros de Estinfalo, los rebaños de Gerión, cualquier mcguffin como pretexto para dibujarnos chicas perezosas, paisajes submarinos, lingotes de oro, malos con antifaz.

Tan emocionante.

En este post, las palabras dan aproximadamente lo mismo. Importa esto:
 

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