28 de noviembre de 2011

gagá: una teoría acerca de la creatividad


Ignorábamos, hasta hace pocos días, qué le había pasado a John William Coltrane para acabar viendo prismas y colorines mientras tocaba el saxo.

Dependía todo de la mecánica celeste. Dependía de las ruedas catalinas del cosmos y de una especie de Saturno colorao que le ponía a prueba el talento musical a John William. Tenía todo que ver, aún, con una incógnita estirpe del Tigris, con el discípulo de un astrónomo ilustre e, incluso, con dos antiguos estudiantes de derecho a los que se tragó la tierra veinte años hará.

Suena raro porque lo es. Es una anomalía de libro, el que nos presenta toda esa información. Un libro que nos llegó de cuarta mano y hemos leído por un total de cinco razones, entre buenas y regulares: el título nos intrigaba; la portada es bonita; cincuenta y nueve páginas no dan casi pereza; parecía no parecerse a los cuentos de Rosa Regás; y uno de los autores tiene apellido alemán, lo que siempre confiere poderío a los inventos peligrosos y a las literaturas.

Así de antojadizos somos.

Por eso es casi una cuestión de empatía que lo primero que nos guste de este escrito sea su aparente, ya lo confirmaremos, condición caprichosa. De extravagancia por la cara. Porque venir, el libro este no viene a nada. Porque pretender, se diría que tampoco pretende nada.

Y eso ya es empezar bien.

Sobre el texto en cuestión, centrémonos de una vez, planean cuatro personas tomadas de dos en dos: los dos creadores de la teoría que se explica, ausentes ambos, innominados, fantasmales; y los dos autores del libro mismo, que se presentan, se justifican y se echan al ruedo sin capote ni seudónimo, a contar. Y cuentan cómo fue que conocieron a los primeros, cómo le siguieron la pista a un cutre fanzine, cómo rastrearon los antecedentes de unas peroratas llamativas y vaporosas, cómo finiquitaron por su cuenta la obra ajena.

Un par de libros hemos leido todos. Nosotros también. Y con ese bagaje nos da para sospechar que las cuatro personas planeantes sobre el opúsculo pudieran ser únicamente dos. Y que, tras las iniciales con que se identifica vagamente a los teorizadores desaparecidos no estén sino los propios Mariño y Mendoza, que parecen pasarlo bien poniendo voces: la de nosotros-sólo-pasábamos-por-aquí de la primera parte; la más confiada de la segunda; o la casi solemne, la pelín redicha, de la tercera.

No les vamos a negar habilidad para mantener tenso el hilo, se hable de pergaminos, de astronomía o de Demian; y no les negaremos tampoco cierto sentido de la medida. Ese que le faltó a Perec cuando La vida instrucciones de uso, y que en el caso de Gagá, se diría, acaba por precipitar un final así como abrupto, como queriendo evitar a toda costa el tostón o ladrillazo o la monserga lectora. Pero a qué tanta prisa, Mendoza, Mariño, si el asunto estaba la mar de interesante en esa página cincuenta y nueve. Os lo decimos aquí, que conocemos lo mismo a A. J. A. Symons que a Jardiel que a John Fowles. Que nos hemos de aburrir cada martes y cada viernes, Mariño, Mendoza, con un par de incomestibles obras de neófitos.

Somos, por esa razón, muy sensibles a lo entretenido, que es cosa que cada uno ha de concretar para sí cuando hace y deshace con su vida. Y esta vez, no como con Perec, en la redacción celebramos nuestra unanimidad, como una ONU que fuéramos. Porque la cosa gagá, gagaísta, gagaizante, opinamos, apreciamos, entretenida lo es un rato. Y bonita su edición, ilustrada, rugosa, acogedora, lo es también.

El investigar nuestro acerca de andanzas anteriores de los firmantes han dado el mismo resultado redondo que los intentos, nuestros también, de localizar unas pocas referencias bibliográficas e históricas que vienen en el libro. Y es una pena, porque para probar a trazar la trayectoria gagá de los autores según sus propias instrucciones tendremos que esperar, al menos, a su siguiente ocurrencia o a su siguiente transcripción. Que no nos queda claro, al fin, elucubrando y todo, si lo que tenemos en la estantería es un ensayo, una investigación periodística, una novela, una cuchufleta o qué.

Lo que sea, en todo caso, se aguanta solo en el estante. No se encorva como un semanario o un fanzine santiagués. Y esa vocación física de perdurar es lo mínimo que se aviene con un texto asomado nada menos que a los arcanos de la creación. Que se pega unas carreras por la Protohistoria y el Oriente Próximo como por los pubs compostelanos. Un texto que no siendo plasta, no siendo bobo, se va distrayendo lo mismo con las palabras, que con las músicas, que con el método más o menos científico, hasta parecer que los que escriben están jugueteando, concentradísimos, con el tente.

Aquí también jugueteábamos, concentradísimos, con el tente. Aquí también nos hemos divertido mucho con el fanzine roto y con la nariz de plata de Tycho Brahe. Aquí también, recién abiertos nuestros ojos a las verdades profundas de la creación, gagueamos en cada post como aerolitos borrachuzos, por ver si nos estrellamos contra el monstruo colorao, si sólo nos engancha por la cola, si lo esquivamos, o si qué...

google analytics