24 de abril de 2011

jimi beats miles


Que Miles Davis es una de las grandes figuras de la historia del jazz es algo indiscutido. Y aún a pesar de eso, aquí no lo vamos a discutir.


Miles, nembargantes, no era un compositor a la altura de Monk o Shorter o Golson o Parker, y acerca de la autoría de la música de Kind of blue siempre ha habido serias dudas. Miles, además, ese trompetista, sus solos de Miles, eran, digámoslo de una vez, un coñazo como el estadio del Betis de grande. Un coñazo que suele estar, al parecer de los críticos, “admirablemente construido”. Como el estadio del Betis. Con sus pilares y sus gradas y su campo todo verde donde pastar las vacas y cagar la prensa especializada.

El hombre es, de acuerdo, responsable de algunas grabaciones memorables que han supuesto otros tantos hitos en la música del siglo XX, y tal.

Pero, Miles: ¿como cuánto de responsable?, porque cogiendo, un poner, Round Midnight, Milestones, Kind of blue, Nefertiti, Bitches brew..., pues nos da que los méritos reales del cabeza visible son exactamente dos: la secreta posesión de una máquina detectora de alienígenas del jazz, copiada del Cerebro de Charles Xavier para el rastreo infalible de mutantes; y capacidad
persuasiva bastante para juntar a los fieras capturados, darles unas indicaciones y ponerlos a soplar, digitar, percutir, como si les fuera la vida. Que es una grandeza, no digo yo que no. La del jefe. La del general. Una grandeza a la que hemos de sumar el respeto que nos inspira la condición de chuloputas enganchado al jaco que Davis ostentó dignamente en varias fases de su vida. Todo muy bien hasta ahí.

Pero Miles, mira, cucha, Miles, que digo yo que si es por jefe y por chulo, en la historia pues ya tenemos a Napoleón, que con todo y su medio palmo casi se extermina a la Europa entera solito. Y hasta se coronó emperador a sí mismo, Miles. Que hay chulos y hay chulos.


Miles, no siendo Coltrane, ni Parker, ni Evans, no siendo Miles, sin duda, Napoleón, estuvo sin embargo al mando de varias de las versiones que del dream team del jazz en este mundo han sido. Y los mandó tocar y se dijo, mientras escuchaba, que eso era obra suya porque él daba las órdenes muy bien
dadas. Y claro, se lo creyó.

Miles y Jimi. Dicen que fueron amiguetes; que se admiraban, dicen; que Jimi se furó a una de las novias de Miles, dicen; que Miles, dice él, le enseñó mucho a Jimi. Tantas cosas, se dicen.


Jimi Hendrix. Su imposible talento, de supervillano de la música, haría verosímil un pacto diabólico de esos. Ni Robert Johns
on ni el Doktor Faustus. Jimi, decimos, se bastó a sí mismo para incendiarlo todo, hacia atrás y hacia adelante. No sólo sin superdotados a su alrededor, sino soportando deposiciones compositivas de su subordinado Noel Redding tan incalificables como esa She’s so fine en el Axis: bold as love, la canción más por debajo del disco que la contiene que nunca hayan visto los siglos.

Y más cosas que soporta, Jimi. Ese erróneo cartel de supervirtuoso de la guitarra. Esa caricatura de bestia salvaje de las nieves. Esas masivas y vergonzosas fabricaciones de discos póstumos. Y desde hace unos años, también el guión de un
cómic entitulado Voodoo child: la leyenda de JH, de cuyas ilustraciones se encargó el gran, ya él sabrá por qué.

Resulta gracioso comprobar cómo pasados más de cuarenta años, los músicos, sobre todo guitarristas, siguen acercándose a la música del prodigioso moreno tal y como un dominguero se acerca a un precipicio un día de viento: parando a diez metros del borde y poniéndose a cuatro patas. No sea. Resulta gracioso ver a un técnico del instrumento tan abrumador como Steve Vai tocando Little wing sin cambiar una coma. No sea. Resulta, fijarsus, hasta gracioso que ese respeto reverencial haya
contagiado también este post, que dedicamos a una amiga nuestra (hola, Susan) a pesar de que nos salga acartonao, tieso, inseguro, así como Eric Clapton saliéndose de la escala pentatónica. Y es que si alguien, algún día, leyera todo esto, caería en la cuenta de que también nosotros nos hemos parado a diez metros del abismo. Hablando de la música de Jimi, pero callándonos antes de decir nada.

No sea.

 

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