30 de noviembre de 2012

el azar y las rosas


Vendrá la muerte y tendrá tus ojos; vendrá alguien y me hablará del destino, y yo no le creeré del todo. Pero hubo un día, un día remoto, yo estudiaba, en que pudo caerme encima la fachada de un edificio, y no lo hizo. Habría finado con amigos, al menos, pero no. Cruzamos la calle unos segundos antes de desplomarse toneladas de piedras sobre la acera por la que caminábamos.

La calle, una santiaguesa con parlamentos y cosas, la habíamos atravesado por entrar en una tienda de discos, y fue allí, fue con el susto, vendrá alguien y me hablará de los hados, que acabé gastando cuatrocientas noventa pesetas en un objeto redondo, plano y negro que iba a serme estremecedor, en adelante, como casi ninguna otra cosa redonda, plana, negra. Pues en una timba cualquiera del ultramundo se había decidido conservar mi vida y llenármela, además, de belleza de la rara rarísima. Vendrá alguien y me hablará.

Nos encantaría contar del For the roses, de Joni Mitchell, a nuestra manera; pero resulta una criatura musical, artística, lo que sea, imponente de más. Y sólo queremos agradecer cosas. Que no le hiciera caso, Joni, Roberta Joan, a la tiesa profesora de piano que la desanimó de hacer sus propias músicas porque podía tocar a los maestros. Que David Crosby, como Nash, como todos, se quedara locazo con ella y le produjera el primer disco entre polvete yonki y polvete borrachuzo. Que existan los pianos, las guitarras con afinación abierta, el Canadá. Que existan algunos seres tan escandalosamente dotados para crear.

Lo agradecemos tanto.

Hay personalidades fuertes. Lo son porque las marca la determinación; a veces no son interesantes, pero son fuertes. Hay, luego, personalidades grandes; a veces no son fuertes, mas son grandes. No sabemos de Joni en su diario vivir, pero For the roses es una de esas cosas que puede alumbrar nada más que quien guarda un planeta dentro, con sus mareas y sus tribus, y puede legítimamente decir: esto soy yo, y estos son los sonidos que se oyen en mi cabeza y en ningún otro sitio.

Pero no era suficiente, Roberta Joan. Además tenías que cantar así, y aún además tenías que dibujar así. Tenías que titular una canción Barangrill, y que salir guapa en varias fotos, no en todas, las cosas como son.

Hablo en pasado porque, una vez en la tierra For the roses, ya me da igual si la Juani tocó con Pastorius y con Mingus. Me da igual el Blue, el Hejira, y que fume la gachí desde los nueve años hasta hacerse unos zorros la voz y los alveolos. Pues nunca oyeron mis orejas nada parecido antes ni después, y de algún modo aquella rodaja negra con microsurco me incapacitó para siempre, como se incapacita todo enamorado, de puro imbécil. Luego me fueron viniendo Rickie Lee, Emmylou, Chan Marshall, y me tuvieron todas un puntillo, y las quise, por ser tan fácil querer a una girl talentosa y fotogénica que canta así y no te monta pirulas en el desayuno. Pero siempre supe.

Al vinilo venerado y fetichón le arrimamos luego el cd, ya en la era tecnológica. Un regalo de A, quien primero se aseguró de que el artículo no andaba descatalogado, y después me transmitió con cariño la propiedad de su viejo sidí, para inmediatamente precipitarse a la tienda a por uno nuevecito. Se ganó el derecho a hacer cosas como esta en compartiendo ambos escenario para una insuperada versión de See you sometime, cuyas dificultades de registro vocal nunca resolvimos del todo.

Aquí en la redacción del blogue, al fin y al cabo, enredamos con notas y con chords. Aquí, mal que bien, dibujamos dibujitos y aquí también, ya vosotros sabéis, jugueteamos con las palabras, una vez al mes por escrito y a todas horas con la singüeso. Otro remedio no nos queda, entonces, que meternos de vez en cuando en casa de la chica canadiense, apagar el lucerío, encender un fueguecito, endrojarse un algo. Y nomás escuchar por qué es la música la más antigua de las magias.
 

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