31 de julio de 2012

post que no será entendido


La parte buena de la teoría de la democracia, mirada la cosa históricamente, es que resulta una conquista filosófica pasmosa, una declaración moral emocionante. Y luego tiene también, la democracia, vista más de cerca, la virtud de los buenos modales. Porque evita que alguien se sienta excluido cuando se pide opinión, aunque sepa, aunque no sepa, aunque se la traiga larga, aunque se la traiga fina.

Mi familia, durando mi infancia, tomó decisiones capitales para todos sus miembros, tales como nuestra casa va a ser así, nuestro coche va a ser asá, nuestro ideario doméstico va a ser ozú. En mi condición de hermano menor propuse, respectivamente, cabaña en los árboles, caballos de cuatro patas y una atrevida síntesis de citas de Shang-Chi y el Hombre de Bronce, pero fui democráticamente vilipendiado al son de esta sentencia:

tú te callas, que no tienes ni puta idea.

Entonces mi familia, al compás de mi vituperio, fue tomando decisiones sin tener en cuenta la opinión de los que no sabían, y acertando más por ese motivo de perogrullo. Mientras, yo crecí, en el rencor democrático, bien es cierto, hasta llegar a ser no solamente un blogger sin faltas ortográficas, sino también un tipo más o menos consciente de lo que son la crítica, la inopia y el enroque. También el karma que se apareja a cualquier acto cívico y a cualquier pensamiento que aventuremos acerca de la colectividad. Somos aquí tan redichos que algo así es la política, para nosotros.

Y luego también está la Teoría del estado, que es interesantísima y a nadie le interesa nada.

La lógica de la demócrasi, perogrullo again, dice que un electorado vergonzosamente irresponsable, ignorante por voluntad propia, ha de elegir, y elige, unos gobernantes asimismo vergonzosos e ineptos, como los que tenemos, como los que tuvimos. Pura justicia estadística.

Sostienen los estudiosos del constitucionalismo español que si no prendió el movimiento en el siglo XIX, en sucesivas y sangrientas intentonas, fue porque el pueblo era abrumadoramente analfabeto y miserable, y así la historia de ese pueblo, de ese siglo, es tremebunda y dolorosa en su ceguera y en su falta de culpa. La disculpa actual de los votantes que masivamente regalan su millonésima de escaño a contrastados, reconocidos, señalados ladrones y ratas con traje, aquí la desconocemos.

Yo tuve un sueño, como Martin Luther, en el que dejábamos de parecernos estupendos cada mañana y nos preguntábamos seriamente por esta generalidad, alfabetizada, ahora sí, bien comida, ahora sí, que frivoliza con el voto y exige ser consultada en referéndum acerca de cosas que no le preocupa aprender a deletrear. Que despacha toda controversia sobre política, esa enredada y apasionante aventura humana, con tres agresivos y sonrojantes tópicos de salón de té. Que se agranda en las manifas anónimas y se achica cuando ha de responder con su voz, su nombre, su apellido.

En este blog también pagamos iva, les damos perras a los bancos y nos entusiasman los preámbulos estatutarios, las ministras de igualdad y la cuadruplicación de organismos de consulta, fomento y apoyo. Y estamos aquí hasta las pelotas de oír todos los días que políticos y banqueros son unos hijos de puta, gran novedad histórica, y nada más.

Lo estamos porque nadie dice la parte de verdad que falta, que se ve clara en cuanto uno despierta del dream, Martin Luther, y es que los electores, así en conjunto, así en abuso de número, aquí, ahora, son también unos hijos de puta.

Hala, ya está dicho.

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