26 de junio de 2011

el sentido vertical de la vida


Es una cosa muy seria que haya gente, líderes y lideresas, con la función de colmar las lagunas de la comunidad, de advertir la enfermedad pública y ponerle remedio. Parece ser que la hay. Y del pulso de la sociedad no sé cuáles necesidades deducen nuestros próceres. Pero lo que luego inyectan, con enormes jeringazas, en el organismo común
, son cosas mayormente idiotas, absurdas casi siempre y criminales algunas de las veces, de forma que si interceptáramos el dineral necesario para todo ello antes de su uso y lo lanzáramos al mar, ya seríamos unos filántropos.

Es difícil medicar a ese cuerpo que formamos todos juntitos haciendo pío pío. Ahora nuestros conciudadanos, la masa, la masa del pan, no temen a Dios y no temen al hambre ni a los dragones. Al no mirar hacia arriba ni hacia abajo sólo queda m
irarse entre semejantes, y como mirarlos a todos es aritméticamente imposible, porque ya la ciencia nos dice que lo nuestro son minutos finitos, entonces se mira a los que mandan. Que aunque sean demasiados, son menos.

Así las altas esferas reciben las miradas; miradas cargadas de ansias, no se sabe bien de qué. Porque no habiendo mucha conciencia del abismo existencial, sea en subida o en bajada, la imaginación colectiva va perdiendo recorrido hasta qued
ar encajonada entre el Ikea y los triglicéridos. Y cualquier pulsión así como poética parece cosa excéntrica y antigua, por muy cargada de sentido práctico que esté. Pero aquí no entendemos ese empeño en divorciar simbolismo y practicidad. Entendemos, en cambio, a Roma, a la Roma del derecho, de la ingeniería y de la guerra, cuando susurraba en la oreja de los generales triunfantes recuerda que eres mortal, para rebajarles la segregación salivar y vanidosa durante los vítores de la plebe. El lirismo y el sentido común, esas mitades íntimas nuestras.

No son, entonces, consejos cardiovasculares lo que hace falta. Ni putas duchas en las playas. En su lugar, debieran los cabecillas dar pasto a la imaginación
(aquí va un arco iris como el que le sale a Bob Esponja), esa gigantesca carencia social. Y es que ya están hechos todos los mapas, y les niegan a Ka-zar su selva, al Preste Juan su reino, a King Kong su isla. Ya hay zoólogos que clasifican criaturas, y nos borran con goma igual a los grifos que a las gárgolas. Ya hay una lista mundial de la opulencia, todos los riquísimos ordenados, y ninguno conspira competentemente para nada distinto del ascender dolarístico. Tomándose en serio semejante planeta, así inventariado, ¿dónde imaginar Latveria?, ¿cómo figurarse al Doctor Muerte, joder?

Necesita la muchachada aventuras. Como en el cinema, pero de verdad. Y eso ya lo entendieron yanquis y rojeras en su momento: si a Asia ya no se la conquista más, entonces habrá que conquistar la Luna. Eso es carácter. La Luna. Por entonces andaban USA y URSS en aquella porfía de gañanes de la galaxia por ver quién la tenía más la
rga. Pero es justo decir que, si bien pudieron tener problemas de frenada en su obcecación, el derroche de audacia y fantasía fue tan glorioso que merece ser rehabilitado ante la historia.

A la URSS, a alguno de Minsk, o de Tsk o de Pst, se le ocurrió perforar el pozo más profundo del mundo, en algún lugar de la península de Kola que esperaba su turno desde el principio de los tiempos. Y lo hicieron, el pozo. Naturalmente. Penetraron en la tierra hasta doce kilómetros, mucho más que un Everest invertido, más que ochenta rascacielos subidos uno encima de otro. Y luego de lustros de taladrar, pararon. Se alegó que s
i las temperaturas, que si los derrumbamientos. Ya sabemos, ya, de las verdades oficiales de esos tiempos.

A partir de ahí existen una sola historia güena y muchísimos cartógrafos de la realidad desviviéndose, con un afán graciosísimo, por destapar el engaño, que es lo peor, el engaño, y cortar de raíz el fantaseo, ese mal, ese vicio, que corr
etea por la red. Nosotros, naturalmente, estamos de ese lado de la verdad que cuenta cómo los micrófonos descendidos a las horribles profundidades, tecnología soviética, recogieron algo, semejante a aullidos humanos espantosos, que los camaradas sumaron a los abrasadores calores y las entrañas de la tierra. Y cómo les sonó, la suma o adición, a cosa conocida. Y cómo entonces, intimidados, vencidos por su imaginación y sus muestras auditivas, hubieron de manifestarse así:

Si bien somos comunistas y si bien, por tanto, ateos, estos que hemos oído no pueden ser más que los lamentos de los condenados en el Infierno. E
n el Tártaro. En el Averno. En las Tinieblas. Conque, si bien somos comunistas, si bien no acabamos de creer, no nos alcanza la güevada para seguir escarbando pabajo.

De no haberse acobardado ante la ultratumba, estos soviéticos de Minsk, de Pst, de Tsk, habrían podido bajar y hacer un censo del submundo que nos c
onfirmara una cosa que nos preocupa, una cosa que a todo el mundo debiera interesarle, si cabe, más que las transaminasas:

Querríamos saber si es verdad que hay 6 legiones demoníacas. Que una legión tiene 66 cohortes. Que una cohorte comprende 666 compañías y que cada compañía la forman 6666 diablos. Si es verdad que, entonces, existen 1.758.064.176 demonios y que cada cual tiene un nombre diabólicamente único.

Y querríamos saber cuáles son. Sus nombres. Si pudiera
ser.

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