Es posible que exista en esta película, La carretera, en algún sitio, pegada a sus paredes, corriendo por sus sótanos, alguna cosa que se me haya escapado por completo. Posible es.
Está Viggo. Está un chaval que lo hace muy bien. Está una atmósfera apocalíptica en sepia y gris y están también sus buenas imágenes impactantes.
No está, de primeras, la originalidad en el planteamiento: cataclismo indeterminado, planeta hecho unos zorros y supervivientes convertidos en lobos y ratas para los demás. La moral, desaparecida. Correcto.
Esperamos, entonces, a ver cómo se lo cuecen en esta historia salida de caletre prestigioso de Cormac McCarthy. Fe no nos falta. Pero ocurre que no se lo cuecen de ningún modo y todo, por decir así, se queda crudo. No de crudeza, sino de incomestibilidad. Ni aciertan ni se equivocan porque está por ver que se quiera contar algo, aquí. Algo de algo.
Viggo tenía una mujer que no vio sentido a intentar nada y prefirió la muerte. Verosímil. Viggo tiene un hijo al que lleva consigo hacia el mar, creyendo que en el mar el apocalipsis es menos, o no es. Por qué lo cree, no sabemos. Pero con ese arranque sí sabemos, en cambio, casi todo lo que seguirá: un espanto de camino. Caníbales. Desolación. Miedo. Angustia. Mucha hambre y mucho sufrir. Esperamos al mar, de todas formas.
Mientras, atravesamos el metraje de depresión en depresión. Todo gratuito, todo obvio. Pero igualmente daña, ver cosas terribles porque sí. Porque sí. Esto no es Las uvas de la ira. Esto es el horror por el horror, y alguno tendrá aún que decir que lo de Hillcoat le ha hecho pensar mucho, y eso.
A mí sólo me ha puesto triste.
El niño, la pureza, no termina de perder la confianza en los demás humanos y es el padre, la experiencia, quien lo mantiene vivo a pesar de no estar nada claro que valga la pena, vivir en semejante calamidad. Pero claro, está el mar, en algún sitio.
Acontece que lo consiguen, arribar a la playa. Y que la playa, el agua, las olas, no son otra cosa que más gris y más sepia. Y ahí, justo, habría de despertarse al fin algo de tensión narrativa, porque los que continuamos mirando la pantalla nos preguntamos cosas: ¿Y ahora qué?
Ahora nada. Viggo está moribundo y todo parece acabarse. Si esta era la historia, Viggo Mortensen, pégale a tu hijo ese tiro largamente demorado y escapad de la pesadilla. A tu hijo, pequeño, débil, desnutrido, crédulo, que se va a quedar solo. A tu hijo. El tiro.
Pero no.
Viggo, te digo la verdad, la verdad te digo: se lo van a comer. Puede que vivo.
Desconozco, desconoce todo el patio de butacas, por qué no le
ahorras ese horror si a punto estuviste ya de dispararle otras veces,
en buena y humana lógica.
Quizá porque sabías que, a los cuarenta segundos de tú diñarla, del ceniza y el sepia, de la tierra habitada por demonios enroscados en agujeros royendo huesos humanos, atiborrada de zombies con ballesta buscando niños que empalar, de esa tierra, iba a brotar una familia feliz y amorosa para tenderle los brazos a tu chiquillo. Una familia con críos y un perro al que ni siquiera se han merendado. Mira si son fenomenales.Qué huevazos los vuestros, Hillcoat, McCarthy, ambos. No sé.