9 de febrero de 2014

bonjour, tristesse


Una salud quebradiza, una tendencia irrefrenable al suspiro y una tierra lluviosa y ensimismada al otro lado de la ventana. Todo eso le dio el mundo a Rosalía, que perdió varios hijos y escribió en una lengua desprestigiada y arrinconada. Nació en Santiago y, parece, mayormente para sufrir.

Pero también le fue dada una época en que la moda animaba a expresar todo ese desconsuelo desmayado en versos y prosas. Era mujer, además; singularizada entre la marea de vates barbudos; y casó con un personaje activo en todas las palestras, que movió los escritos de ella con eficiencia por entre la burocracia de las letras y las artes. Aunque no sólo eso hizo, Manuel Murguía. En sus ratos libres también teorizó sobre la superioridad racial del gallego de sustrato celta, y, lo que es peor, lo dejó escrito.

Imaginamos a Manolo perorándole a su esposa las teorías arias y nibelungas en el previo del casquete. Haciéndose traer un morrión de Vercingetórix para sus éxtasis y una rótula de Sigfrido para su escribanía. Y ella, pues desconcertada, claro. Afligida, casi seguro. 

No deja, ella, de tener cara de buena persona. Seguramente lo era, porque a los genuinamente melancólicos no les quedan energías que guardar para el odio o el rencor. Pasarían muchos decenios hasta que Cunqueiro, que entendió el mundo de otra forma, pudiera escribir
“… me enfrento, simplemente, con los tristes, porque creo que la tristeza traiciona la condición humana. Cunqueiro, aquel creador de belleza y ensueño y humor, aquel escritor gigantesco, tan por encima de Rosalía como de todos los demás, y que tiene menos honores porque no se preocupó de explicarle al mundo cuán mal se sentía cuando se sentía mal.

Hoy casi todos conocen a Rosalía igual que a Cervantes, o sea; sin conocerla de nada pero afirmando sobre su persona y obra cantidad de cosas. Y luego estáis vosotros, que tampoco la leéis nunca. Entonces, a la que lo hagáis, a la que cojáis un libro de esta santa de las letras con la predisposición y la empatía en sus puntos cenitales, os volveréis a dar con la cruda realidad del Romanticismo:

Mi alma esto, mi alma aquello. Los pinos, ay, las sombras, ay, la hojarasca, ay.

El mundo no es sino un alfiletero enorme. Sabedlo. Y a nosotros nos gustaría saber quién dijo, y quiénes han repetido, que esto es excepcional, histórica y sobranceira literatura.

Se habla y no se para de los mercados, los dineros, las fluctuaciones; y del valor concretísimo que el fluir de tanto concepto fantasmagórico acaba estampando en cada cosa. O sea, dice el mercado, yo seré una abstracción, pero produzco etiquetas muy útiles y muy claras. Por ejemplo, esta para los tomates:

• 3,90 € / Kg •

Y luego, mercados diferentes al de los tomates producen otras etiquetas, menos numéricas pero tan reales. Por ejemplo, esta para Rosalía de Castro:

• Grandísima escritora •

Pues que no. Claro que algunas de sus cosas nos emocionan cuando las canta el Amancio Prada, y muchas cuando se nos ocurre leerlas por ahí, lonxe. Como otras. Como tantas. Porque hacernos llorar a las personas es fácil.

Y por eso es la tristeza el gran fraude de las letras. 




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