29 de mayo de 2010

la mujer imaginable


La predisposición no lo es todo, pero es mucho. Desde parvulitos hasta el último año de carrera, cada primer día de curso, sin excepción, entró este blogmaster en el aula ansioso por localizar a la guapa de la clase y perder la cabeza por ella cuanto antes. No sabemos qué tendrían aquí que decir los psicólogos sistémicos y los demás. Que no me gusta ser del todo dueño de mi mollera y de mis tripas. Que prefiero el condominio de mi persona. No sé. Pero ese comportamiento de tarado sobrevivió lejos de los recintos del saber, y así, salvo que ya lo estuviera, uno siguió entrando en los sitios a ver si se enamoraba. Y ya embalados con lo pasteloso, podríamos añadir que uno sigue abriendo los ojos, pagando recibos, yéndose de los trabajos, creciendo sus pelos, a ver si se enamora.

Los sitios en los que decíamos de entrar no son solamente un museo, la oficina del INEM, una cueva submarina. También todos esos materiales que corresponden al manifestarse de las artes séptima, sexta y novena, los cuales, aunque a veces no lo parezca, pretenden ser parte del hilo conductor de esta bitácora.

Cinematográficamente, el viento sopla a favor. No escapa a nadie que en el cine la cuestión principal es la fotogenia y que la mitología del medio se asienta sobre ella. Porque la primera cualidad de un actor ha de ser la de quedar bien en la pantalla, siendo la segunda cualidad la de no hablar en japonés. Alejarse, en fin, lo posible de Takeshi Kitano, que con todo y sus premios a la revolución visual, es una presencia fílmica que no hace sino tocar intensamente los cojones del que mira.

Entonces, con el colectivo de las actrices ya yo tengo un cierto terreno ganado: suelen ser más guapas que feas, igual que las alcaldesas suelen ser más feas que guapas. Eso va a resultar determinante para mi película. Y que nadie me diga frívolo. O sí. En todo caso, inútil discutir la diferencia entre Los modernos con y sin Linda Fiorentino. Entre Cotton Club con y sin Diane Lane. Entre cualquier pelicula de Emmanuelle Béart con y sin Emmanuelle Béart. Entre, incluso, Vacas con y sin Emma Suárez.

La cosa literaria es distinta, pero al mismo tiempo más segura. Si en el cinema son la chiripa y el azar los que deciden que salga la cara de Lisa Bonet o la cruz de Bette Davis, en un libro la cosa está meridianamente clara: habiendo personaje femenino, a mí me va a gustar. Porque, diga lo que diga el texto, a la gachí me la imagino yo. Y por un mecanismo elemental la visualizo cañón, así el literato me la pinte chunga o insípida. Verdad de cajón: salvo que la historia exija lo contrario, y lo exija mucho, toda mujer aparecida en ella será imaginada por el lector medio masculino lo más guapa posible.

Ocurre de todas formas que no es tan fácil imaginarse una moza que te encoja la víscera a partir de ninguna palabrería escrita. Como labor creativa e irregular que es, sólo estando en vena se pueden rescatar diosas de entre los párrafos. Pero cuando eso sucede sabe uno que el libro que tiene entre manos lo va a recordar, sea cual sea, ponga lo que ponga. La prueba es que en este blog recordamos a la prota de La isla inaudita, de Eduardo Mendoza, que se llamaba nada menos que María Clara. La recordamos porque quiso la casualidad que nos la representáramos en los magines tan maravillosa como jamás pudo Eduardo. Del resto del libro, ni zorra. También recordamos La pasión, de Jeannette Winterson, por Villanelle. Y La dama de las camelias, de Dumas junior, por esa irresistible, jovencísima, desgraciada, dulce-pero-flamígera, Margarita Gautier. Forever Marga.

(Para mi Marga usé, sin querer, el perfil de una chica que compartía autobús conmigo. Sólo le quité las gafas que siempre llevaba. Terminé el libro y a los pocos días la chica se subió al autobús sin gafas y me miró, lo juro, como si esperase que yo le dijera algo. Le sostuve la mirada, confundido: no se parecía a mi Margarita…)

Están, finalmente, las chicas del cómic. Tienen como cosa peculiar que, primero, no son como las de los libros, que hay que fantasearlas enteras (sus párpados, sus dispositivos locomotores, su ternura); y segundo, no son como las de las películas, que permiten nomás que uno las mire. Las chicas del cómic son extraños alumbramientos de los que alguna vez resulta la perfección. La de Chihuahua Pearl, also known as Lily Calloway. Nunca quedó resuelta su tensión sexual con Blueberry porque aquí renegamos de ese oportunista excremento llamado Arizona Love. La vimos por primera vez, a Chihuahua, en aquel México polvoriento, allí puesta por Charlier, por Giraud, al rojo vivo ambos dos dioses. Y allí, también, la encontró el curtido prota, desafinando, en la Casa Roja. Good Lord, qué bombón...
 

2 comentarios:

  1. El prestigio del blogue sigue intacto: cualquier lector se imagina a las protas todo lo impresionantes que buenamente puede. Con el cine dependes de directores y productores: si se levantan cruzados te joden la película poniendo a Meryl Streep, por ejemplo, con la excusa de que sabe actuar y tal ¡Pero que me estás contando my friend! Dame una Linda, una Diane (buen gusto, si señor), una Nastassja o una Leonor y déjate de historias porque, efectivamente, al cine va uno como se fue toda la vida: para enamorarse de Chihuahua no a que Lily nos cuente su vida

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  2. mucho más tranquilo me quedo, solosupongo. Pero Leonor… Leonor… no sé cómo ni cuándo perdió lo que tenía...

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