2 de junio de 2014

bonestell y kirby


Fue Chesley Bonestell un visionario. Del arte. Del paisaje extraterrestre. Y resulta ser grande su reconocimiento si se le busca, tan grande como su ausencia en la historia honorable de la pintura. 

Bonestell imaginó, pero con rigor y con intención de arrimarse todo lo posible a la verdad. A la verdad del aspecto del espacio inmenso, desde este punto y desde aquel; Saturno visto desde cada una de sus lunas. Una cosa estremecedoramente bella. Esa mixtura de vértigos de cuando nos ponen a mirar el cosmos metidos en lo negro.

El caso es que ni Chesley ni nadie, que se sepa, había estado nunca en aquellos sitios.

Tan bueno era, Bonestell, que no sólo sus ilustraciones cargadas de verosimilitud aparecían en las publicaciones fantasiosas de la época, sino que la ciencia, la Ciencia, se interesó por sus recreaciones y de sus cuadros arrancó la imaginación de quienes fueron los investigadores espaciales de entonces. Conoció Chesley a Wernher von Braun, y su nombre salió de la anécdota y de la nota marginal porque su trabajo tocó a la tecnología, siquiera un poco. O no tan poco.

Pareciera que importara eso más que las maravillas turbadoras que son sus obras. Aún hoy, para generaciones a las que el paseo lunar se les queda ya antiguo. La ciencia de un tiempo pronto deja de asombrar en favor de la del siguiente, pero Bonestell era más, sus cuadros eran más, y están ahí para seguir poniendo pelos tiesos, para seguir disparando ensueños con el plácet de la oficialidad astronómica.

Jacob Kurtzberg, Jack Kirby, no ennobleció su trayectoria vital mezclando la fuerza de su arte con el pesquis de los astrónomos, pero también fue un inspirador. De otro modo, pero lo fue. Pocas veces un dibujante mostró ímpetu comparable, ni desde lo más académico ni desde lo más audaz. En la historia está sentado Kirby como artista angular de los superhéroes Marvel gracias al furioso poderío de sus creaciones, alejadas de cualquier canon y de cualquier código.

Le tocó a Jack dibujar a menudo energías innominadas, poderes chisporroteantes, dioses, semidioses y entidades arcanas. Lo hizo con su trazo particularísimo y sus kirby dots, una seña más de identidad. El arte de JK era indomable, y su espacio exterior fue el de Galactus, el Vigilante y Silver surfer, una creación místico-filosófica del propio Jack y también, aunque menos, de Stan Lee. No parece improbable que, al fin, hayan viajado más mentes por el cosmos propulsadas por las ilustraciones de Kirby que por las de Bonestell. No la de von Braun, seguramente.

Ambos, Chesley y Jack, vivieron para ver a los hombres reales zambulléndose en el espacio cierto, más negro que cualquiera de sus tintas. Ambos, al fin,  obtuvieron la inmortalidad manejando con sus manos la materia oscura, los ríos y las masas estelares, las explosiones y los coloreados vómitos de esos mundos, remotos y mudos, que ellos parecían conocer de alguna manera, por alguna razón. 


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