31 de diciembre de 2012

mis botones y los vuestros


Este post no iba a ver la luz porque no era fácil, porque no tenía ganas y por más cosas.

La navidad yo llegué a no quererla bien, andando los años. Por mis motivos, que no son los de otros. La tradición simbólica o mística me parece bonita, bien mirada. El solsticio de invierno me parece guapamente. El consumismo desatado ni siquiera se me hace tan odioso. Luego, otras cosas son otras cosas, pero eso ya es el relato íntimo de cada uno; en el caso de este blogue, de mí, y también de vosotros, porque menos algún ruso que entra despistao en las parrafadas sobre Záitsev y Maiakovski, todos me tenéis cara y pelos propios, y con todos discutí alguna vez y alguna vez me abracé.

Quería una declaración no pegajosa de buenos deseos, una ajena, para hacerla mía y no pasar el esfuerzo anímico de desear cosas buenas a los que quieres, que es algo que está ya siempre dentro de uno y sacarlo para fuera atrae la melancolía. No sé. Hice una vez el test navideño de una revista femenina y una de las preguntas era si uno se emocionaba en los brindis. Contesté que sí, no había otra; el resultado, el de siempre, al fin: usted es un tarado. Ya.

Me acordé, vuelvo a eso de los wishes, de una cosa que leí hace años. En alguna hoja de una belleza de libro sobre un griego que baila. Algo como un canto cretense de año nuevo. Lo busqué, y era esto:

Feliz año, cristianos. Que tu casa, amo, se vea colmada de trigo, de aceite de oliva y de vino; que tu mujer sostenga, como columna de mármol, el tejado de la casa; que tu hija se case y dé a luz nueve hijos y una hija, y que los hijos de tu hija liberen Constantinopla, la ciudad de nuestros reyes.

En el recuerdo mío era distinto, puede que menos literario. O era yo más joven. Pero ya aprendí que todo es querer entender, en esto y en lo demás. Que cada uno ha de cambiar el aceite y el mármol de los amos griegos por su sabor y por su cimiento; cada uno se ha de dibujar su Constantinopla, la ciudad de nuestros reyes, en su propia piel. Con cuidado. Con cariño.

Y entonces ya podemos volver al canto de Creta para desear cosas.

Yo vuelvo. Y deseo.

Para mí.

Para quienes quiero algo.

Para quienes quiero mucho.

Y para quienes quiero más allá de toda medida y de toda palabra.


 

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