1 de noviembre de 2009

la asombrosa verdad sobre mortadelo


Creo que era Juan Marsé, que cada vez que quería despotricar contra Umbral empezaba por eso de la prosa sonajero, y campanuda, y no sé qué más, y continuaba por recordar, detenidamente, que al de la bufanda le estaba vedada la creación literaria de vida, siendo lo suyo un limitarse a juguetear con las palabras. Y se quedaba el Marsé más tranquilo.

Luego va Borges y dice en una entrevista que Quevedo era grande, que habría podido corregir cualquier página de Cervantes, pero que nunca habría podido escribirla. Y remata el colosal chosco apuntando que la técnica sí, que el virtuosismo también, pero que Alonso Quijano y Sancho son amigos personales suyos, y que eso, da a entender, es una categoría diferente.

Parece, sin entrar en el gusto para las amistades de Jorge Luis, que la idea va estando clara. Sea cuestión de talento o de suerte, y por simplificar, se dan casos en que un personaje salido del caletre de un tipo que pasa media vida sentado en una silla, le llega a caer a uno tan bien, alcanza esa simpatía tal nivel de sutileza, que ya no se trata más de un personaje. Porque hay cosas que no se pueden inventar.

El ejemplo supremo de esto no es, desde luego, Don Quijote. Ni Miguel Strogoff, ni Holden Caulfield, ni el señor Grandet, ni Colometa. Tampoco el Corto Maltés, del que otro día hablaremos mal, ni Rorschachs, ni Shi-Kai.

Es Mortadelo.

Ibáñez se pudo imaginar un personaje calvo, gracioso, transformista, vago, medio cabrón. Igual Will Eisner se imaginó al Spirit con antifaz. Pero si Mortadelo le cae a uno tan irresistiblemente bien es por cómo es, y eso no se lo inventa nadie más que el propio Mortadelo, que es siempre él. A lo largo de miles y miles de páginas, Mortadelo actúa siempre como Mortadelo, pero en una infinidad de reacciones y gestos, mientras que Ibáñez, necesariamente: a) tiene altibajos creativos; b) tiene una capacidad limitada para idear muecas, maneras y ocurrencias; c) lleva cincuenta años dibujando mortadelos y al menos la mitad, en buena lógica, con el piloto automático.

Luego, Mortadelo no es posible como creación suya, ni de nadie. Ergo, Mortadelo existe por su cuenta.

Y aún más: ¿Hemos de creer que salen de la misma mano y cabeza los rutinarios Rompetechos, Sacarino, Pepe Gotera, que el prodigiosamente real Filemón Pi? ¿Pero es que tengo que descubrir yo el fraude? ¡Dejen de darle premios al Ibáñez!

Algunos personajes dibujados clasicotes, de largo recorrido, pongamos el Spirou de Franquín, pongamos el Tintín de Hergé, son puro papel, sin mordiente, sosísimos por más que sus historias sean magníficas. Lucky Luke llega un poco más, pero tiene contadas las posturas y los perfiles, y suele dejar la gloria para los secundarios (ese cuacocomekikí). Y Astérix y Obélix pueden tener algo de miga, sobre todo cuando se enfadan y gritan y se ponen rojos, pero, aparte de que son los romanos, o Acidonitrix, o el adivino, o Kerosen, los que caen bien de verdad, y de que los galos resultan a veces tan repelentes como el Correcaminos, de ellos hay como treinta historias en cuarenta años. Cada uno de sus ademanes y reflejos ha podido ser pensado y seleccionado y pulido. Astérix no vuela solo.

El carisma de Mortadelo, o mejor, su cantidad de vida, es casi ridículamente superior a cualquier personaje novelesco o comiquero que uno haya llegado a conocer. A cualquiera. Es por eso que, aún con arrollador éxito comercial y todo, dudo que a día de hoy se haya llegado a apreciar de verdad su condición insólita. Por suerte está este blog.

Para los escépticos, para los ciegos:

2 comentarios:

  1. Mortadelo y Filemón son un clásico. A la altura del gran Ignatius J. Reilly, si me apuras!

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  2. Me veo obligado a confesar que no he leído la Conjura. Y mira que me han hablado, del Ignatius...

    Como hay unanimidad en poniéndolo por las nubes, y eso siempre es mala señal, me lo leeré, sólo para hacer un post diciendo que está sobrevalorado. Es más, lo digo ya mismo. Se sobrevalora a todo aquel al que se pretenda poner a la altura de Mortadelo...

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